Las encuestas que le otorgaban a Cristina Fernandez de Kirchner una clara victoria hace algunas semanas, se habían esfumado y, más allá de su puesta en escena victoriosa de la madrugada, prendía velas para que el resultado final la mostrase unos pocos votos por encima de la fórmula Esteban Bullrich-Gladys González.
Con las dificultades del primer año y medio de gestión a cuestas y el kirchnerismo recordando al fantasma de la salida en helicóptero, Macri necesitaba imperiosamente atravesar airoso el primer desafío electoral de su mandato, tal como lo lograron Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Néstor Kirchner. El único que fracasó en su primer test en las urnas como gobernante fue De la Rúa, como preanuncio definitivo de su dramática salida del poder dos meses después.
Cambiemos no sólo ratificó ayer que es la primera fuerza a nivel nacional sino que logró imponerse en varios distritos por primera vez. Resta por ver si logra dar el golpe más deseado en la Provincia de Buenos Aires, derrotando a Cristina.
Pero nada de esto debería enceguecer a Macri. Con algo más de un tercio de los votos en todo el país, el suyo seguirá siendo un gobierno en minoría como no ha habido otro desde 1983, lo que lo obligará a buscar acuerdos con la oposición aun después del recambio legislativo.
Por otro lado, es evidente que, si Cristina Fernandez de Kirchner hubiera aceptado competir en la primaria con Florencio Randazzo, su frente hubiese sido con comodidad el más votado en la Provincia. Pero fiel a su instinto expulsivo, prefirió replegarse en su núcleo más duro a buscar opciones para ampliar su base.
Con todo, se apuran también los que quieren enterrarla antes de tiempo. Cristina no es hoy una líder de mayorías, pero seguirá siendo la principal contendiente del Gobierno y una enorme piedra en el zapato para los peronistas que aspiran a dar vuelta la página del kirchnerismo y reconstruir su fuerza tras la derrota de 2015.